Alejandro Trujillo Ramos, finalista del “II Certamen de Relato Corto” del Colegio Virgen del Mar

El pez y el pescador

Esta historia comienza en una cálida tarde de verano, en una zona boscosa, apartada de la civilización. Este lugar estaba cubierto de vegetación, que brillaba como una esmeralda. No solo por su color, sino también por el reflejo que se plasmaba en sus hojas, procedente del siempre resplandeciente destello del Sol. El paisaje era precioso, inédito, parecía hecho a medida. De hecho, solo había un pequeño lago en todo el terreno, estaba justo en el centro del paraje, atraía todos los focos de atención. Contenía el agua más pura y cristalina imaginable, podías contemplar tu rostro reflejado hasta el más mínimo detalle. Si por algo era conocido el sitio, era por la calma y sosiego que existían en él, nada podía permutar la tranquilidad del sonoro silencio.

No muy lejos de allí vivía un pescador, habitaba en una casa solitaria pero para nada descuidada. Él adoraba su hogar, era acogedor, ameno y extenso, sabía que no podía encontrar mejor lugar que éste para residir. No tenía familia acompañándole, se bastaba de su propia compañía y de su caña de pescar. Su momento favorito del día era cuando al atardecer, los rayos del sol se sumergían en el pequeño lago donde él iba a pescar. Se veía con claridad y era el momento perfecto para sacar a relucir el anzuelo. Todas las tardes se disponía a pescar, con la ilusión de algún día atrapar un pez, pero el resultado siempre fue el mismo, se iba con las manos vacías. Aun así, él seguía persistentemente lanzando el cebo a ver si picaba alguno, nunca desesperó. Aunque pasaran los días, él podía permanecer horas sentado junto al lago, no le exasperaba el hecho de esperar, la paciencia era una de sus cualidades más notables. Sin embargo, empezó a pensar que no se le recompensaba el esfuerzo, que eran inútiles los intentos realizados. Entonces, tras este pensamiento fugaz, empezó a darle vueltas a la cabeza e idear, necesitaba innovar para poder así llamar la atención de los peces que nadaban en el lago. Por lo que se le ocurrió hacer una mejora a la caña y reforzó el nailon que sujetaba el anzuelo, así pensaba el pescador que mejoraría sus posibilidades. El próximo día llegaría al lago e intentaría otra vez. Y así fue, volvió al lugar, sacó su caña y se dispuso a pescar. Anhelaba tanto un pez que lanzó rápidamente el anzuelo. Sin embargo, ninguno picó, desesperado y atónito por el resultado volvió a arrojar el anzuelo. Esperó unos minutos, se le hicieron eternos, el silencio añadía tensión a la situación. No obstante, no tuvo la suerte deseada, por lo que se vio obligado a volver a reflexionar. Entró en su casa y durante todo el día estuvo pensando sobre cómo embelesar a las criaturas marinas que allí habitaban. Se le ocurrió remodelar la caña con colores más vivos, ya que a él le parecía más vistosa la caña con esos colores, por lo que se puso a trabajar en ella. Cuando terminó, tras largas horas de trabajo, regresó al lago y lanzó el anzuelo esperanzado. No cambió nada, pero durante ese periodo, observó la posibilidad de adular a los peces, a lo mejor así se acercarían a él. Comenzó diciéndoles piropos, palabras bonitas, hasta que se cansó de pescar.

Lo había intentado de mil y una maneras, y ninguna parecía funcionar, hasta que de repente le surge una idea, una pregunta, más concretamente. ¿Qué es lo que realmente les gusta a los peces? Se planteó la pregunta en la cabeza. Él ya había pensado en cómo él mismo vería mejor la caña, pero no los peces. Consecuentemente, le vino una imagen a la cabeza, la de un pez picando el anzuelo, y dedujo inteligentemente que necesitaba un cebo para poder atraer tan siquiera a un solo pez, por lo que puso comida en el anzuelo, lo metió en el agua, y rezó. No pasaron más de treinta segundos y aparecieron instantáneamente tres grupos de peces diferentes. Todos se abalanzaron hacia el anzuelo del pescador. Él, sorprendido, se percató de ello y observó con detenimiento la belleza de los peces. Al fin pudo ver a los peces nadar a su lado. “El cebo es el que engaña, que no el pescador ni la caña”.