Diario de una Navidad diferente

Por José Luis Fuentes Navarro, alumno de 2º ESO-D

Tras la vuelta de La Navidad, nuestro compañero de 2º de ESO, José Luis Fuentes Navarro, nos ofrece un diario muy particular y muy profundo sobre la Navidad, una fiestas de familia, que se han vivido de una forma muy especial, por la crisis del coronavirus, la situación de toque de queda y restricciones sanitarias por la Covid-19. Lean y degusten cómo lo ha vivido su familia.

Día 25 de diciembre:

En este día, nosotros solíamos ir a la casa de mi abuelo en San Andrés, pero por la situación tan GRAVE por la que estamos pasando, decidimos quedarnos en casa y hacer galletas.

Me había acostado tarde la noche anterior, y por eso fue normal que me levantara tarde al día siguiente, concretamente a la una de la tarde. Ya el almuerzo estaba controlado por mi padre y me fui directamente a almorzar unas potas con batatas que estaban riquísimas, y cómo no, mi tío le dio la receta.

Luego hice un poco de tarea de Geografía y de Educación Física, para que no se me acumulase y así después poder hacer una casita de jengibre y galletas de limón y naranja. Aún la tenemos de muestra, porque nos daba pena echarla abajo. ¡Vaya pinta tenía! Aunque también he de decir que no somos expertos en postres, pero el rato que pasamos juntos haciendo las galletas y la casita, bien que mereció la pena.

Al final del día, es decir en la cena, comimos unos perritos calientes que estaban para comerse los dedos. El día había sido fructífero y nosotros estábamos agotados.

Día 31 de diciembre:

Este fue un día movidito.
Mi madre y yo nos levantamos a las nueve de la mañana para ir temprano al Carrefour, porque tenía que pelarme para recibir bien el año y que no fuese tan caótico como el anterior.

Cuando terminé de pelarme fui a desayunar y me pedí una pulguita de aguacate con ensalada y mi madre un sándwich de jamón y queso. Lo cuento porque en época de Colegio no tengo la oportunidad de hacer estas cosas con mi madre; siempre está muy liada con su trabajo.

Después de desayunar, fuimos al Maxi Market a comprar las últimas decoraciones de Navidad, que mi tía necesitaba y le llevamos lo que habíamos comprado. Ella se encargaba de celebrar el Fin de Año en su casa y nosotros teníamos que colaborar.

Cuando ya me ubicaba en casa de mi tía, le pedí a Pedro (mi tío) que me diera unos moldes para hacer unos bombones de chocolate negro y blanco. Con él aprendí mucho de cocina y nunca jamás se me van a olvidar sus consejos ni sus técnicas al cocinar. Es un gran cocinero y muy buen profesor. Ya está en su último año de cocina, aunque este no es su oficio, porque él trabaja en la Consejería de Transición Ecológica, lucha contra el cambio climático y Planificación Territorial, (antigua Consejería de Política Territorial). Almorcé en casa de mi tío, y éramos cuatro nada más, recuerden que todo se hizo respetando las medidas de seguridad de la Covid-19, estábamos en días de restricciones por el coronavirus. Al final nos tuvimos que ir a preparar a nuestra casa para la Gran Noche. Me preparé con mis mejores galas y cenamos como unos sibaritas. ¡Vaya platos que preparó mi tío! El pobre se pegó desde el día anterior preparando la sopa, que no puede faltar en estas fechas y sus platos estrellas: calamares confitados, voulevants rellenos de aguacate, de morcilla y otros de salmón, acompañados de unas papitas negras que habíamos conseguido en el Mercado Nuestra Señora de África, La Recova. A esto le añadió una ensalada navideña, y de postre, un semifrío de tres chocolates y mouse de maracuyá. Para relamerse.

Esa noche comimos, bebimos y disfrutamos como pudimos. Las calles estaban silenciosas y las ganas de bailoteo y risas, se vieron afectadas por el estado de ánimo que esta situación provocaba. Una vez dieron las doce campanadas, nos pusimos el cotillón y brindamos con sidra, para mí una sin alcohol, por supuesto. Brindamos por un nuevo año, donde la salud fuera el único propósito. Dejábamos atrás este horroroso año 2020, casi prefiero no escribirlo, esperando que en el nuevo las cosas fueran a cambiar. Así lo deseamos con todas las fuerzas.

Ya a las doce y media, o una menos cuarto, recogimos nuestras cosas y nos fuimos a casa. Debíamos respetar la hora del toque de queda, propuesto por el Gobierno de Canarias.

Día 1 de enero:

Este día fue parecido al veinticinco de diciembre; todo el día en casa. Por la mañana, para matar el tiempo, decidimos jugar al Scrabble, un juego de familia que consiste en formar sobre el tablero palabras que se crucen entre sí, igual que en los crucigramas, haciendo uso de fichas marcadas con una letra y un número (su valor).

Después, ayudamos a recoger la casa para que a la hora del almuerzo estuviera todo controlado. La verdad que el pollo y la ensalada que tocó ese día, estaban deliciosos.  Esa tarde, vino la catástrofe, ya que estaba haciendo cinta como casi todos los días. Yo suelo hacer ejercicios caminando, y a veces decido correr para meterme más caña; sin embargo, esta vez lo haría sin protección. Decidí correr más de la cuenta, me tropecé y la máquina al seguir en funcionamiento hizo que hiciera fricción con mis piernas y me hice dos tremendas quemaduras en cada pierna, por las que tuve que hacerme curas a diario. Ahora entendía a mi padre cuando se curaba de sus heridas, propias de su enfermedad. Fue él quien al estar lidiando con este tipo de heridas, en su caso son úlceras, me hizo la primera cura. El dolor era tremendo y las heridas me supuraban como si fueran pequeñas cascadas. Fue impresionante, de verdad. ¿Qué he aprendido de esto? Que nunca más haré ejercicios sin protección y que si vienen este tipo de mecanismos, por algo será.

Día 5 de enero:

Este día nos lo pasamos en casa de mis abuelos. Este año nos dividimos los días para poder compartir estas fechas con ellos, pues al ser personas mayores y muchos hijos, teníamos que hacerlo por ellos. Aunque mi abuela, al tener Alzheimer ha dejado de reconocer a la familia; también le ha afectado al habla y se comunica con señas e indicaciones que son entendibles. Lo importante, era estar allí con ellos.

Me levanté a las diez para poder vestirme, bañarme y asearme, y así poder aprovechar todo el tiempo con la familia.
Me puse a escuchar música en el trayecto para ir despertándome y activando. Cuando llegamos a La Barranquera (San Andrés), fui corriendo a saludar a mis abuelos, fue un momento muy especial, pero recordé que no los podía besar ni abrazar, y me entristeció un poco. ¡Vaya trastada este virus! Lo odio enormemente. Pero mi abuelo tenía claro cómo levantarme el ánimo. Como sabe que soy de buen comer, me hizo unos calamares en aceite que estaban riquísimos, acompañados por unas buenas papas negras.

Después de comer nos pusimos a charlar y a picar jamón serrano con pan de pueblo, roscón, turrones, polvorones y todo lo que pilláramos. Estas son fiestas de comer, comer y comer. ¡Ya bajaremos de peso!

Se acercaba la hora de marcharnos por el toque de queda. Así que salimos sobre las 21:15 horas aproximadamente. Somos muy conscientes de lo que está ocurriendo en esta pandemia, y mi familia es de las que acata las normas estrictamente. Por eso estoy muy orgulloso de ella.

Día 6 de enero:

Por fin llegaría el gran día. El día para abrir los regalos de Los Reyes Magos.

Nervioso estaba, no voy a mentir, pero no me esperaba los regalos que me iban a dar. Gracias a uno de ellos, estoy haciendo este documento: un ordenador Acer Full Hd 1080.

Fue súper emocionante ver cómo una enorme caja con mi nombre guardaba todos mis regalos. Cada año se superan. Aproveché y envié una foto a mis seres queridos, para que compartieran conmigo este momento. Como me había levantado muy temprano, después de abrir y agradecerles a los Reyes Magos los presentes, me dirigí a mi cuarto y me eché una cabezadita que duraría tres horas. Este momento, coincidiría con la hora de comer, y como no tenía mucha hambre solo me eché una pechuga de pollo y poco más.

Cuando terminé de comer me fui a hacer un bizcocho de mermelada en capas con almendras y azúcar glas por encima. Al finalizar el bizcocho lo dejé enfriar media hora, luego me iría a preparar para ir a visitar a mi abuela por parte materna. Ella está solita y me da mucha pena.

Cuando estaba en casa de mi abuela, mis tías me habían dejado regalos para que los abriese, estaban súper bonitos, me los llevé para mi casa y me las probé, pues eran prendas de ropa que siempre vienen bien. La verdad que no me faltó de nada. Estaba surtido de todo. No me puedo quejar.

También hubo Roscón de Reyes de trufa y nata, por supuesto. Nunca falta en nuestras casas. Si bien, a mí en particular no me gusta por la fruta confitada, pero a mi familia sí, sin embargo como dice el dicho: «para gustos colores». Claro que esto tiene solución, siempre le quito la fruta y me como el roscón tal cual.

Nos fuimos de casa de mi abuela, porque ya se nos hacía tarde y cuando llegué a mi casa me desvestí, me bañé y me puse mi nuevo pijama, que con el tiempo que hacía, y lo peludito que era, me venía de lujo. Dormí como un rey, pero no un Rey Mago. Nunca mejor dicho.

Estas fechas han sido más especiales que nunca. Es verdad que no nos faltó de nada, pero el saber que mucha gente lo está pasando mal, hicieron mella en nuestros sentimientos. Esperemos que esto acabe cuanto antes.