Una no muy convencional historia de caballeros y princesas

Por Paula Mora, 2ºESO-B

Érase una vez, en un reino cuyo lugar se desconoce, vivía una princesa, intrépida y aventurera, junto a su padre, el rey, y su madre, la reina.

Tal día como hoy, hace 420 años, se les llamaba a palacio a cada aprendiz para que en la corte real les proclamaran caballeros de la guardia real. Solo escogerían a los tres más serviciales, es decir, que salvaría a la familia real hasta el punto de dejar la vida por el servicio.

A la princesa, llamada Lillian, le encantaba ir a visitar, junto a su padre, el lugar de estreno donde se celebraba aquel acto. A Lillian le encantaba ir, porque podía imaginar cómo sería salir de palacio, ya que solo salían en actos como coronaciones o eventos donde la familia real estuviera presente. También cómo sería tener una vida normal como cualquier persona habitante de aquel reino, pequeño, dentro de lo que cabía, y poderoso.

Todos aquellos caballeros intentaban acercarse a la princesa, conocida por el pueblo como: “La princesa de cabellera rubia y ojos azules, cristalinos como el mar de Tailandia”.

Jorge: ¡Hola su majestad!, yo soy Jorge, uno de los elegidos para servirle durante mi vida, sin ninguna duda. Estoy muy orgulloso por ello y quiero confiarle mi amistad y respeto. -se presenta Jorge educadamente hacia la princesa y el rey-.

La princesa no responde, no quiere saber nada de esos caballeros que solo la quieren para conseguir fama, riquezas…, y cómo no, convertirse en reyes.

Jorge: Bueno,  ¡hasta luego! –dice, al ver que 10 segundos más tarde de aquello, la princesa Lilian giraba su cabeza  para que se marchara de donde se encontraban los reyes sentados-.

Otro elegido se acerca para presentarse al rey, de nuevo, con especial afecto hacia la princesa.

Alberto: Encantado de conoceros, yo soy Alberto. Como supondrás soy también otro elegido, uno de sus nuevos caballeros de la corte real. -Dice Alberto emocionado porque se había alegrado muchísimo cuando le dieron la noticia-.

Al ver que la princesa se levantaba bruscamente de su asiento, Alberto tomó la decisión de, respetuosa y educadamente, marcharse para no crear una mal ambiente.

A continuación, la princesa observa cómo los caballeros procedentes de “El Pueblo Vecino”, así es como lo llamaban, regresaban con esclavos procedentes de Marruecos.
Aquello no era de su gusto y dijo, sin pensárselo dos veces:

Lilian: ¡Parad ya! ¿Que se os pasa por la cabeza? ¡Son personas como nosotros! ¿A qué os meto a todos en las mazmorras? ¡Soltadles ahora mismo!  ¿Es que no tenéis corazón?

El jefe declaró ,con voz muy grave:

Jefe: Escuchad las órdenes de la princesa Lilian, soltadles.

El esclavo más joven era un niño, de seis años de edad, de piel oscura y ojos castaños. Llevaba unos harapos para vestir, una vestimenta que hacía creer que el niño estaba siendo maltratado. Cuando la princesa observó cómo unas gotas estaban deslizándose por su pequeña mejilla sonrosada, se acercó para limpiarlas y él le respondió con un abrazo como muestra de cariño. Habían estado caminando durante varios días por bosques, praderas y caminos, se les notaba en sus rostros. Nada más le hacía sentirse peor que ver aquello.

Esclavo menor: Gracias su majestad, me habéis liberado de una muerte segura. Haré lo que desee. Estoy a vuestro servicio porque me prometí que si salía de esta, haría cualquier cosa. -Decía el niño agradeciendo todo aquello-.

Lilian: No es nada, algún día el planeta verá lo que estamos sufriendo y espero que no sea demasiado tarde. -Dice respondiendo al esclavo-.

Pasaron varias semanas y nadie había vuelto a realizar tal hazaña que consideraban tan surrealista. A partir de aquel día, tan parecido a otro cualquiera, el mundo empezó a pensar sobre aquellas sabias palabras, tal que no ha vuelto a ocurrir hasta hoy, donde seguimos aquí y ahora.

Con un pequeño gesto podemos lograr muchas cosas maravillosas, solo hace falta creer en uno mismo.