DISERTACIÓN: «¿Somos conscientes de la realidad?»

Por Daniel León Luque, alumno de 2º de Bachillerato-Historia de la Filosofía

Hace aproximadamente, dos mil cuatrocientos años, Platón nos reveló en La República, el mito de la caverna. Decía el filósofo griego que el reino de las apariencias se representa en una especie de gruta en la que estamos sentados de espaldas a un fuego llameante, mientras que entre el fuego y nosotros pasan figuras reales. Dicho mito nos ayudó a entender de qué manera el filósofo percibía el mundo. Una relación entre lo físico y el mundo de las ideas que dan lugar a una realidad llena de luces y de sombras.

Platón empieza hablando sobre unos hombres que permanecen encadenados en las profundidades de una caverna desde su nacimiento, sin haber podido salir de ella nunca y sin la capacidad de poder mirar hacia atrás para entender cuál es el origen de esas cadenas, pues estaban atados de pies, manos y cuello. Desde el lugar en el que se encuentran, siempre están mirando a una misma pared de la caverna, donde se proyectan unas sombras de toda clase de objetos. Detrás de ellos, colocada algo por encima de sus cabezas, hay una hoguera que ilumina levemente la zona, y entre ella y los encadenados hay un muro. Entre el muro y la hoguera hay otros hombres que llevan los objetos que sobresalen por encima del muro, de manera que su sombra se refleja sobre la pared que están contemplando los hombres encadenados.

Platón sostiene que, por irreal que pueda resultar la escena, esos hombres encadenados que describe son como nosotros, ya que ni ellos ni nosotros vemos más que esas proyecciones distantes, que simulan una realidad engañosa y superficial.

Sin embargo, si uno de los hombres se liberase de las cadenas y pudiese mirar hacia atrás, la realidad le confundiría y le molestaría: la luz del fuego le haría apartar la mirada, y las figuras borrosas que pudiese ver le parecerían menos reales que las sombras que ha visto durante su vida. Del mismo modo, si alguien obligase a esta persona a caminar en dirección a la hoguera y más allá de ella hasta salir de la caverna, la luz del sol aún le encandilaría más, y querría volver a la zona oscura.

Para poder captar la realidad en su totalidad debería acostumbrarse a ello, dedicar tiempo y esfuerzo para ver las cosas tal y como son sin ceder a la confusión. Sin embargo, si en algún momento regresase a la caverna y se reuniese de nuevo con los hombres encadenados, permanecería ciego por la falta de luz solar. Además, todo lo que pudiera decir sobre el mundo real sería recibido con burlas y menosprecio.

El mito de la caverna incluye una serie de ideas muy comunes para la filosofía idealista: una verdad que existe independientemente de las opiniones de los seres humanos, la presencia de los engaños constantes que nos hacen permanecer lejos de dicha verdad, y el cambio que supone acceder a esa verdad, pues una vez se la conoce, no se puede retroceder.

Estos componentes se pueden aplicar también a la vida cotidiana, concretamente a la manera en la que los medios de comunicación y las opiniones moldean nuestros puntos de vista y nuestra manera de pensar sin que nos demos cuenta de ello. Cada uno de los elementos y fases del mito, pueden ser fácilmente asociados a diferentes situaciones.

El engaño que puede surgir de una intención de mantener a los demás con escasez de información. El acto de liberarse de las cadenas serían los actos de rebeldía, que bien pueden ser las revoluciones o revueltas que solemos realizar cuando estamos muy en desacuerdo con un hecho determinado. La ascensión a la verdad sería un proceso costoso e incómodo, que implica desprenderse de ciertas creencias. El retorno sería la última fase del mito, que consistiría en la difusión de las nuevas ideas.  El mandato de compartir la verdad obliga a confrontar estas viejas mentiras, y todas las críticas y burlas que vienen con ellas.

Volviendo al mito en sí, a medida que se avanza hacia la salida de la caverna, se va dando cuenta de que lo que creía no era del todo cierto. El último paso sería el de convencer a los que se burlan de él.

El mito de la caverna, reitero, nos presenta la ignorancia como esa realidad que se vuelve incómoda cuando empezamos a ser conscientes de su presencia. Ante la más mínima posibilidad de que haya otra visión del mundo, la historia nos dice que nuestra inercia nos empuja a derribarla por considerarla una amenaza para el orden establecido.

Por nuestra condición humana quizá no podamos prescindir de ese mundo de las sombras, pero sí podemos hacer un esfuerzo por que esas siluetas cada vez sean más nítidas. Quizás el mundo perfecto de las ideas no exista, sin embargo eso no quiere decir que renunciar a nuestra curiosidad sea mejor que rendirnos a la comodidad y quedarnos en lo que hoy sabemos.

Los seres humanos inventamos hace tiempo el lenguaje diplomático que, difumina el discurso, para así conseguir beneficiarnos de una situación. Hemos aprendido a construir nuestra realidad, una que nos pueda interesar.

Muchos dirigentes públicos, se han dejado atrapar por el poder de su cargo, por el que deberían ser transparentes. Han olvidado que ocupan sus puestos para gestionar la enorme fuerza otorgada por una votación pública, realizada por la población que confía en que cumplan con su función de una manera responsable. En cambio, lo que obtienen son comportamientos manipuladores y también mentiras con las que son decepcionados cada día. Abandonan su responsabilidad y mienten, entre otras razones, dado que están acostumbrados a hacerlo de forma reiterada y sistemática, y a transformar sus palabras no en hechos sino en retórica.

La democracia, debería ser justa y libre, con gobiernos e instituciones decentes, con dirigentes que sean transparentes en su actuar y acepten rendir cuentas como una obligación, que se comprometan solidariamente con la sociedad, procuren la resolución de los problemas que inquietan a los ciudadanos y aumenten el aprecio, la defensa y el cuidado de las cosas públicas, aunque estén en nuestras manos. De ninguna manera ha de permitirse que nadie se beneficie en exclusiva de los bienes comunes y de la categoría del bien público.