De nuestro principio a nuestro final

Por Alejandro Santos, alumno de 1º de Bachillerato-Filosofía

Abrimos los ojos, el único movimiento lo produce el instinto de supervivencia, respirar, comer y dormir. Eso es cuánto sabemos, inculcado en nuestra genética, donde no importa nada más. El desconocimiento nos inunda cuando somos criaturas recién llegadas al mundo, pero solo en ese poco tiempo ocurre algo maravilloso; por primera y última vez en nuestra existencia, somos capaces de visualizar, sin impedimento alguno, la realidad. Todo detalle de la verdad es percibido en su pleno esplendor sin ningún tipo de filtro, sin ninguna ideología impuesta, que disturbe la imagen que admiramos.

La pequeña tregua de los bebés, se pierde en la niñez y para el resto de nuestra vida. La sociedad en la que nos ubicamos obliga a la escolarización, y que la enseñanza dé, al principio, conocimientos muy básicos sobre aquello que nos rodea, explicaciones simples a conceptos inventados para darles un enfoque, el cual creen correcto como primera guía. Sin embargo, es totalmente imposible la instrucción de cosas sencillas sin limitar ideas en cajones imaginarios, cuyos márgenes reducen poco a poco aquella imagen que en un principio no tenía lindes. Nos vemos obligados a transmitir competencias, contorneando la realidad sobre las bases académicas principales, sin tener en cuenta aquello que nadie propuso necesario enseñar.

La adolescencia es el mejor mecanismo de defensa de la lógica crítica. Es la edad donde forzamos la frontera de todo lo impuesto en la infancia. Se tiende a averiguar, descubrir y buscar un sentido al saber. Por otra parte, es la faceta más vulnerable, dado que nuestras certezas e inquietudes son de lo más accesibles y moldeables. Nuestros conceptos universales van tomando la forma que nos brinda la experiencia; vivencias fundamentadas mayormente en divulgaciones con intereses a resaltar, que motivan y moldean por completo la forma de ver la realidad. Un peligro que amenaza la verdad, envolviéndola en mera apariencia, una costra que impide ver sin difuminación, la ilustración pura, que algún día pudimos curiosear. Una mezcla de todo tipo de intervinientes que actúan como preparatoria. Aun así, el instrumento crítico que representa este lado de nuestra vida puede ser la clave de un futuro con una autenticidad mucho menos desfigurada. Un trabajo que precisa las guías más neutras fuera de toda realidad, manchada por ideologías individuales.

Donde realmente se pone en práctica el conocimiento es en la juventud, puesto que nuestra verdad será la base de las acciones a partir de este punto. Estamos tan entregados a fragmentos acotados, inculcados por nuestros antecesores, que repetimos fielmente la historia, en la que nuestras ideologías, religiones, sentimientos, intereses y otros entes influyentes, moldean con un libre albedrío nuestra realidad. No debemos olvidar que somos nosotros los que reducimos nuestro campo de visión, fijándonos únicamente en lo que queremos apreciar, lo que funciona como un telescopio, cuyas lentes evolucionan su graduación enfocando un punto de interés.

La edad adulta se alcanza en el momento de más obcecación sobre la apariencia que dibujamos en torno a la realidad, una etapa que rige nuestra ideología y que empieza a actuar con lo aprendido en un pasado, dificultando así, cada vez más, la capacidad de asimilación. La experiencia, en parte, nos hace carecer de admiración por el entorno y la pérdida del impulso curioso, convirtiendo la percepción del conocimiento en algo definitivo, pero no por ello más verdadero.

La realidad es totalmente pura e irrompible, consta de una unidad que representa la verdad absoluta, de la que nosotros solo percibimos pequeños fragmentos. Estos fragmentos los hemos disfrazado con nuestras ideologías y sentimientos; camuflándolos. A lo largo de la vida del ser humano se va perdiendo la visión completa de la realidad enmascarándola en apariencia. Solo al nacer, cuando no tenemos la influencia adquirida de otro individuo, es cuando realmente vemos solo la verdad pura. Con todo, en la vejez, la búsqueda de la realidad es imposible por la incapacidad para descentrar el único enfoque que apreciamos, y que se ha ido reduciendo a lo largo de los años, además de haberse ocultado tras la apariencia que la raza humana con tanto empeño desarrolla a pasos agigantados en su historia.

Estas palabras son un mero recordatorio, una composición ya presente en la cabeza de cualquier individuo. Conocimientos comunes adquiridos por todos en este breve, pero bonito proceso denominado vida, cuya realidad es indiscutible, pero todo lo que en ella incide, forma parte de la percepción aparentemente subjetiva, que solo finaliza con nuestro último suspiro; acabando toda esperanza de continuar en la realidad, conscientemente; aunque brindándonos la posibilidad de mirar una última vez hacia atrás para visualizar aquello que en ella hemos construido, antes y ahora en el Siglo XXI.